En un rincón del bullicioso distrito municipal turístico Verón-Punta Cana, se esconde una comunidad que ha sido testigo de las transformaciones y retos socioeconómicos del país: El Hoyo de Friusa. Con una población que ha crecido desmesuradamente en las últimas dos décadas, este pequeño enclave ha ganado notoriedad no solo por su ubicación estratégica, sino también por su diversidad cultural, que ha llevado a que sea apodado "El pequeño Haití de Bávaro".
El nombre de la comunidad, Friusa, remonta sus orígenes a una empresa española que se asentó en la zona hace varias décadas. Según testimonios de los habitantes más longevos, la familia Friusa fue responsable de la construcción de varias plazas comerciales en los alrededores, y fue este apellido el que, con el paso de los años, terminó por denominar toda la localidad. Sin embargo, este nombre ha adquirido una connotación aún más profunda al asociarse con El Hoyo, un espacio popularmente conocido por su concentración de inmigrantes haitianos.
La génesis de El Hoyo de Friusa es una historia de desplazamiento. En palabras de Víctor Espíritu Santo Montilla, conocido en la zona como Vitoco, las primeras familias que habitaron este terreno llegaron hace más de 30 años, luego de ser desalojadas de lo que hoy es El Cortecito. Un pequeño grupo de cinco familias, en su mayoría haitianas, se estableció en un terreno baldío de unos 4.230 metros cuadrados, un área que, con el tiempo, se transformaría en un núcleo densamente poblado, tanto por la demanda de espacio como por la llegada de nuevos inmigrantes en busca de trabajo.
Hoy en día, El Hoyo de Friusa alberga a unas 35,000 personas, de las cuales más de 15,000 son de nacionalidad haitiana. Esta cifra sigue en crecimiento, en gran parte por la falta de documentos de identidad de muchos de los residentes, quienes, aunque viven en condiciones precarias, son parte fundamental del motor económico de la región, sobre todo en el sector turístico.
A lo largo de las últimas dos décadas, la comunidad ha sido un ejemplo claro de la proliferación de negocios informales. Desde ventas ambulantes hasta pequeños comercios familiares, la economía local depende en gran medida de la mano de obra de estos inmigrantes, quienes, a pesar de los desafíos sociales y legales, continúan aportando al desarrollo de la región. Además, El Hoyo de Friusa se ha convertido en un centro de convergencia cultural, donde las costumbres haitianas se entrelazan con las tradiciones dominicanas, creando un mestizaje único.
El apodo de “El pequeño Haití” no es solo una referencia geográfica, sino una forma de visibilizar la gran influencia haitiana en la zona. Aquí se habla criollo, se escuchan los sonidos del compás y las melodías del racine, mientras las familias se abren paso entre las calles de tierra, sin la infraestructura adecuada pero con una resiliencia que define su día a día. Las casas son pequeñas, muchas de ellas construidas con materiales reciclados, pero están llenas de vida y esperanza.
A pesar de la falta de servicios básicos como agua potable, electricidad estable y pavimentación, los residentes de El Hoyo siguen luchando por mejorar su calidad de vida. Sin embargo, la comunidad sigue siendo un desafío para las autoridades, quienes no logran implementar políticas públicas que atiendan las necesidades de estos inmigrantes y sus descendientes.
Vitoco, quien ha sido testigo de esta transformación desde su llegada en 1998, lamenta que aún persistan la exclusión social y la marginalidad en la que vive la población de El Hoyo. Para él, el apodo de “El pequeño Haití” no es solo un sobrenombre, sino un reflejo de la identidad cultural que han construido a lo largo de los años. En sus palabras, “Es un lugar donde Haití y la República Dominicana se encuentran, no solo geográficamente, sino también en su gente, en su música, en sus sueños”.