Lo básico se ha convertido en espectáculo; lo urgente, en silencio.
Por:Julissa Morel
En los últimos días, la sociedad dominicana ha mostrado un síntoma preocupante: estamos perdiendo sensibilidad mientras aumentan el miedo, la desconfianza y la sensación de desorden. Detrás del ruido diario hay indicadores que deberían estremecernos como país: 1,416 muertes infantiles por distintas causas, 1,065 homicidios, 5,423 atracos, más de mil casos de abuso sexual y 2,675 situaciones de maltrato a adultos mayores. A esto se suman hechos alarmantes, como ver a una niña de 12 años liderar una banda juvenil en Bonao.
En vez de discutir estas tragedias, una parte de la conversación pública se ha desviado hacia temas irrelevantes. Basta ver cómo líderes políticos y sectores organizados exigen al gobierno censurar contenidos de plataformas privadas —contenidos que solo consume quien decide pagarlos— mientras las verdaderas urgencias del país pasan de largo. Es la cultura de la indignación a conveniencia: se protesta por lo que está de moda, no por lo que destruye vidas.
¿A quién le preocupa realmente la descomposición social?
¿Dónde están las voces defendiendo a los niños abandonados, a los jóvenes atrapados en ciclos de violencia, o a los adultos mayores maltratados?
¿Cómo es posible que individuos que cometen delitos graves no cumplan condenas efectivas, mientras la sociedad discute sobre lo accesorio?
También persisten preguntas que deberían estar en el centro de la agenda nacional:
¿Quién es responsable del contenido que consumen nuestros hijos?
¿Quién acompaña emocionalmente a las familias que viven en crisis?
¿Dónde están los programas para prevenir violencia, rehabilitar a quienes delinquen y proteger al ciudadano común?
¿Quién garantiza seguimiento psicológico real a las personas que salen del sistema penitenciario?
Mientras nos entretenemos con lo superficial, pasa inadvertido lo esencial: el crecimiento de la inseguridad, el aumento de la violencia, el abandono de la niñez vulnerable y el maltrato crónico a los adultos mayores. Lo básico se ha convertido en espectáculo; lo urgente, en silencio.
La verdadera discusión no es sobre contenidos digitales ni polémicas pasajeras: es sobre la vida, la convivencia y el rumbo emocional del país. Recuperar la empatía, reforzar las instituciones y priorizar la protección social no son lujos ni consignas: son condiciones para que la República Dominicana no siga caminando a ciegas ante sus propios dolores.










