Durante décadas, este día era sinónimo de juegos y diversión, donde jóvenes y adultos se lanzaban agua, harina, huevos y talco en un ambiente festivo que daba inicio a los aguinaldos navideños. La tradición, traída por los colonizadores españoles, era especialmente popular entre niños y jóvenes, quienes protagonizaban enfrentamientos amistosos a la salida de las escuelas.
En ciudades como Santo Domingo y Santiago, se organizaban fiestas en clubes, donde los participantes vestían de blanco, preparados para terminar empapados y cubiertos de harina y polvo. Un curioso episodio histórico destaca en la memoria colectiva: el dictador Ulises Heureaux, conocido como Lilis, fue sorprendido por un grupo que jugaba San Andrés. Al ser salpicado con agua, reaccionó comprando perfumes y polvos perfumados para repartir entre el pueblo, con la intención de transformar la celebración en algo más “refinado”.
Hoy en día, esta costumbre es solo un recuerdo, narrado por abuelos y padres a jóvenes que no han vivido estas experiencias. En su libro El juego de San Andrés: génesis, evolución y feliz ocaso, el doctor Castro Ventura subraya que, aunque no se debe revivir esta práctica en su forma original, su historia es parte de la identidad cultural del país y debe ser preservada.
Este 30 de noviembre, Día de San Andrés, revive el recuerdo de una tradición que, aunque olvidada por las nuevas generaciones, marcó una época en la República Dominicana.
San Andrés, el santo que inspira esta festividad, fue uno de los 12 apóstoles y hermano de Pedro. Según la tradición, fue martirizado en una cruz en forma de “X” y es venerado en varios países, especialmente por la Iglesia Ortodoxa.
Aunque el Día de San Andrés ya no se celebra como antes, su esencia permanece como un reflejo de las costumbres y valores de un pasado que, pese al paso del tiempo, sigue siendo parte de la memoria colectiva dominicana.