Han pasado más de cuatro años desde que la vida de Yocairi Amarante cambió para siempre. Tenía apenas 23 años cuando fue víctima de un acto atroz: le arrojaron ácido del diablo, una sustancia que desfiguró su rostro y cuerpo, dejando cicatrices físicas y emocionales profundas. Pero aunque la tragedia la marcó para siempre, Yocairi sigue de pie, luchando por una nueva oportunidad.
Con voz temblorosa y la mirada aún herida por los recuerdos, Yocairi recuerda aquel momento como si el tiempo no hubiera pasado. confiesa que en ese instante, lo único que cruzó por su mente fue su hija, que apenas tenía dos años.
Antes del ataque, Yocairi era una joven alegre, de una belleza natural impactante: ojos verdes, cabello largo y una energía contagiosa. Hoy, dice que una de las cosas más difíciles ha sido perder su pelo. “Amaba mi cabello… cortarlo fue muy doloroso”, recuerda con nostalgia.
El dolor no ha sido solo suyo. Su madre, quien ha estado a su lado en cada etapa del proceso, describe los últimos años como un calvario.
Pero la tragedia fue más allá. La abuela de Yocairi, al verla por primera vez sin los vendajes, no resistió el impacto. Falleció de un paro cardíaco, sumando otra pérdida irreparable a esta historia desgarradora.
Desde entonces, Yocairi ha pasado por más de 17 cirugías en diferentes partes del cuerpo. Aún necesita más procedimientos estéticos y un nuevo trasplante de piel, tratamientos que ella describe como "extremadamente costosos".
Sin embargo, su situación económica y la falta de apoyo institucional han complicado el camino hacia su recuperación.
Al principio prometieron ayuda
A pesar de todo, Yocairi no ha perdido su esencia. Se describe como una chica alegre, soñadora, y desea con todas sus fuerzas conseguir un empleo digno que le permita ofrecerle a su hija una vida mejor. Sin embargo, cuenta que la discriminación por su apariencia física ha sido una barrera constante.
Aunque su cuerpo lleva las huellas de una violencia inhumana, su espíritu permanece intacto: resiliente, fuerte y con la esperanza viva de reconstruir su vida.
Esta no es solo una historia de dolor. Es una historia de resistencia, de una joven que, pese a todo, se niega a rendirse. Hoy, más que nunca, Yocairi necesita el respaldo de una sociedad que no puede permitir que víctimas como ella queden en el olvido.
